Los Celtas son un pueblo fascinante del que apenas conservamos vestigios sobre los que especular. Se sabe que ocuparon toda la Europa interior y del norte, tiempo antes del Imperio Romano, formando castros o poblados que se extendían desde la cornisa cantábrica y las islas de Irlanda y Británicas hasta tierras polacas y rusas por el este.
A pesar de mantener una tradición básicamente oral –a través de bardos y primitivos druidas- sorprende la coherencia de los restos monumentales y de orfebrería así como de la mitología celta tanto en una como en la otra punta de Europa. Los Celtas eran animistas; veneraban las fuerzas básicas de la naturaleza y su expresión, desde el trueno y el fuego a los bosques y ciertos árboles robustos, como el roble o el tejo. Sus dioses personifican los ideales celtas de fuerza, valor, humor y camaradería. Se conservan referencias al dios Dagda, gran guerrero y padre universal (“Ollathair”), portador del caldero y de la maza; el “hombre de los bosques”, un forzudo de las montañas, borrachín y sensual que se ablandaría posteriormente en contacto con los griegos, transformándose en el orgiástico Dionisos. El tirso, los cuernos o los seres del bosque que acompañan a Dionisos encuentran referencia aún en otra deidad celta, el Cerunnos, símbolo de fuerza y perennidad, portador del torques y emparentado con los símbolos solares de la serpiente.
También en la mitología Celta encontramos a Baltene (Belenus, Beleño, Beltaine), el “luminoso”, el “brillante”, oráculo y sanador, a quien se rendía homenaje con hogueras que señalaban el nacimiento de la estación cálida (primero de mayo, hogueras de Beltaine). La personificación de estas fiestas luminarias encuentra expresión en la mitología nórdica que llama Bálder a Baltene, convertido en el más bello entre los dioses, muerto al contacto con una hoja de muérdago; dice la tradición que su funeral es celebrado con una magnífica hoguera; el cuerpo de Bálder y su familia arden en su barco y con el fuego se celebra la promesa de su retorno y el advenimiento de una tierra curada.
Los Celtas adoraban la vida y consideraban la muerte como parte de un ciclo sin fin –de ahí buena parte de su consabido valor, ardor y alegría. Asociaban vida y muerte con el día y la noche y simbolizaban estas ideas fundamentales en la imagen del sol y de la luna, que en su cadencia rítmica señala equinoccio, solsticios, siembras y recogidas, días para casarse, para construir una casa, para cortar la madera.
Los celtas dividían las estaciones en dos mitades definidas, la oscura y la clara, la muerta y la viva, la fría y la calurosa; no como contrarias sino como complementarias, como dos caras necesarias de una misma moneda, y celebraban ambas con lo que cada una traía; tanto el día como la noche; el verano y el invierno; los héroes vivos y los valientes muertos.
[[ Las diferencias con la mitología cristiana y con la supuestamente originaria persa o indoeuropea son palpables precisamente en la no contraposición de dos mitades en lucha, que en el universo celta se complementan antes que enfrentarse. Los fabulosos misterios de Eleusis o la gnosis de los primeros cristianos, por no mencionar las filosofías orientales y amerindias, encuentran en esa complementación no enfrentada de dos mitades necesarias la fundamentación de un universo mitológico y psicológico pleno, valeroso, en absoluta comunión con la naturaleza, que se irá perdiendo con el tiempo en la medida en que la sofisticación de la conciencia individual y colectiva se desarrolla, en función precisamente de confrontaciones físicas y lógicas que permiten un desarrollo material, innecesario para el vitalismo celta (o para la espiritualidad oriental) ]]
Los primeros símbolos físicos que la mitología celta encuentra para señalar lugares mágicos desde donde rendir culto al sol y a la luna son grandes árboles localizados en claros del bosque; robles, tejos, incluso acebos. Sus sombras cuentan la historia del tiempo. A su alrededor los celtas festejan con hogueras, con música y con historias y canciones que sirven de memoria no escrita de sus héroes y sus hazañas. Por toda Europa surgirán menhires, enormes rocas verticales que semejan gruesos troncos, o incluso “puertas” a un templo repleto de cielo.
Más tarde los menhires se estilizan, se coronan con un círculo adornado de símbolos, solares y lunares. Encontramos estelas en Cantabria que suponen círculos enormes de piedra con representaciones solares en una cara y lunares en la otra (“un universo de contrarios complementarios, como dos caras necesarias de una misma moneda”).
[[ Los lugares mágicos señalados por los celtas seguirán siendo mágicos para los futuros cristianos, que lo serán sin dejar de ser celtas. Así no es extraño encontrar ermitas o iglesias construidas sobre antiguos dólmenes (por ejemplo la Capilla de la Santa Cruz en Cangas de Onís, Asturias) o flanqueando viejos robles o tejos, sin contradicción aparente. ]]
Los primitivos cristianos de la Palestina se extienden con su sencillez y esperanza también por Europa. En el siglo IV DC el emperador Constantino cristianiza el Imperio Romano; rodea con hojas de laurel el nombre griego de Cristo e impone como símbolo cristiano el Chi-Rho.
Poco después las aspas del Chi-Rho se tornan cruz y la cruz se torna símbolo de la victoria de Cristo, hasta nuestros días.
La inocencia de los primeros misioneros cristianos encuentra eco en la gnosis celta que comprende al héroe Cristo como si fuera él mismo celta; la cruz cobra sentido pleno integrado en sus estelas; el Cristo en la cruz es luz y sombra, es sol y es luna. Aparecen así las primeras cruces celtas que estos bárbaros alegres, forzudos e increíblemente sensibles embellecen con sus espirales y serpientes, con sus símbolos de perennidad, de fuerza y de fuego. Perfilan a un Cristo heroico, victorioso, en contra de la costumbre de los cristianos de la Europa del sur de representar a Cristo crucificado agonizando. Para los celtas la cruz representa la luna y el círculo es el sol; su conjunción -en las llamadas cruces celtas- culmina la comunión de dos contrarios que ya no se sitúan a uno y otro lado de una estela sino que aparecen como Uno, un símbolo pleno. Así su Cristo es victorioso; su entrega voluntaria; la crucifixión, nacimiento. Sus cruces, las cruces celtas, no son pues bellas por casualidad; son celebración absoluta de la muerte y nacimiento del más grande héroe celta.
[[ Tal es la asimilación de Cristo como héroe Celta que encontramos cruces (como la Cruz de Muiderach, en Irlanda) en donde los romanos que prenden a Cristo aparecen representados con características claramente vikingas ]]
Las Cruces Celtas suponen así símbolos inequívocamente cristianos y al mismo tiempo inequívocamente celtas; una comunión que, al menos hasta el siglo X de nuestra era, no supone contradicción alguna.
Chema Nieto
Ver imágenes / fotos de Cruces Celtas:
Cruces Celtas en Café Irlandés
Algunas Referencias Web:
The Megalithic Portal, Mythical Ireland, Celtic Cross, Orkney, Mundo Historia, deviajes.net
Biblio Inevitable: La Rama Dorada, de Sir J. G. Frazer
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