Cosa de Gilipollas
En un entorno social, antes que nuestros propios criterios sobre lo que está bien o mal, utilizamos sistemas de referencia externos (reales o imaginarios), que justifican y condicionan nuestras acciones.
El miedo a la diferencia, a que se sojuzgue una acción original por nuestra parte contraria al uso social que imaginamos habitual, condiciona nuestra búsqueda de referentes sociales que justifiquen nuestras propias acciones, incluido cómo sentirnos en una situación dada.
Así, "no soy el único", "lo piensa mucha gente", "es lo que haría cualquiera", no son meras coletillas sino descripciones inequívocas de cómo utilizamos íntimamente sistemas de referencia social para justificar lo que hacemos o pensamos. No es necesario que realmente lo piense mucha gente, o que ciertamente lo que yo haya hecho sea lo que cualquiera habría hecho en mi misma situación; es solo que encuentro justificación íntima de mis propias acciones cuando realmente creo o encuentro motivos para creer que esto es así.
"No sé qué decir", "no sé qué pensar", "no sé cómo responder a eso", "no sé qué debería sentir ahora", expresan, de la misma manera, búsquedas genuinas de referencia social aceptable, que actúan antes que y sustituyendo a un análisis personal, autorreferido, de las propias emociones y pulsiones.
En este contexto es donde debemos buscar la autojustificación de acciones como la violencia de género. Aquí, la exposición compartida de un mensaje reprobatorio visceral ("la violencia de género es mala") o social ("la violencia de género es inaceptable") impregna al sujeto maltratador de un paradójico sentido de "normalidad", que justifica la acción en vez de evitarla; de acuerdo a los medios y al mensaje social dado, "esto es lo que, de hecho, hacen los hombres en mi situación".
La reprobación social, cuando es efectiva, no es violenta, sino tácita; no corrige activamente sino que utiliza el desprecio. De hecho, la violencia del mensaje suele producir una respuesta de consolidación visceral, por confrontación, de la idea contraria. El desprecio implícito de un mensaje compartido como "otro gilipollas (que) pega a su pareja" tiene un efecto mucho más potente en la psique del maltratador que cualquier manifestación pública de confrontación y disgusto, y por supuesto que la publicidad de los actos violentos con la frialdad y "seriedad" propias de los medios, o incluso que las medidas legislativas dirigidas a controlar este tipo de acciones. A través de un mensaje así, la violencia contra la mujer ya no puede ser interpretada como algo que hacen los hombres, sino únicamente como algo que hacen los gilipollas.
Así pues, sería tal vez interesante limtar nuestras manifestaciones comunales de repulsa e incrementar la crítica cortante, tajante y no emocional en nuestro entorno; dar fin a los pretendidamente sesudos análisis mediáticos y privados y reducir el mensaje común a su premisa más básica y real: "otro gilipollas que pega a su pareja". No es un titular, claro. Pero sí un editorial.
Estamos lejos de asumir valores originales e individuales en relación a nuestras propias acciones, pero mientras seguimos entrenando nuestra libertad con respecto a sistemas de referencia sociales imaginariamente impuestos, y mientras continuamos facilitando que el peso de la ley caiga sobre el maltratador, utilicemos también adecuadamente nuestros sistemas de referencia compartidos para confrontar prácticas aberrantes que no pueden tildarse sino de cobardes y de, seamos claros, gilipollas. Porque en el fondo, los maltratadores no son malos, ni inaceptables; son solo eso, gilipollas. ¿O es que hay algo más gilipollas que utilizar la violencia porque no nos miran, porque no nos quieren?
Chema Nieto
PD Ojo, no abusar; la práctica del desprecio "al otro" desde una perspectiva social, tan extendida en las redes sociales, en tanto que práctica de confrontación, pero también de consolidación de "comunidades" cívicas, resulta contraproducente cuando los objetos de desprecio se generalizan y banalizan. La confrontación social y política no debería caer en el uso del desprecio como herramienta, a riesgo de dicotomizar y consolidar posturas asumidas tácitamente que podrían enfrentarse más eficazmente con herramientas psicológicas, sociales, cívicas y políticas más adecuadas y equilibradas. El desprecio social en su expresión más genuina debería constituir una barrera de contención ante prácticas realmente peligrosas y no solo no cívicas, no éticas o simplemente ilegales, de forma que se posibilite la minimización de dichas acciones peligrosas a individuos patológicamente asociales o individualmente perturbados.
PD2 No se trata aquí de banalizar ni de simplificar en exceso un problema social duro, ciertamente complejo y multicausal. Tan solo se señala una acción colectiva de fácil generalización que tiene posibilidades de influir no tanto, o no solo, sobre la conciencia social en relación a la violencia de género sino, especialmente, sobre la psique del maltratador, desde una perspectiva de prevención y yugulación de elementos justificativos psicológicamente activos que, directa o indirectamente, podrían estar resultando reforzados con actitudes y acciones bienintencionadas presentes en las respuestas sociales actuales, tanto individuales como mediáticas, a la violencia de género.
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