Decía Víctor Manuel que, igual que pagamos los langostinos, deberíamos pagar por la música. Y creo que tiene razón.
El ejemplo de los langostinos, además, es bueno. Cualquiera puede comprar langostinos. Una vez comprados, puede congelarlos, cocinarlos, regalarlos, compartirlos. Lo único que no puede hacer es venderlos; para esto necesita un permiso especial.
Con la música ocurre algo parecido. Cuando alguien compra un CD, puede guardarlo, escucharlo, regalarlo o compartirlo. Lo único que no puede hacer es venderlo.
El problema con la música, los impuestos y la SGAE, radica en la diferencia entre un CD y los langostinos. Compartir los langostinos significa que sentamos a unos amigos a la mesa y nos comemos los bichos, con gran placer para todos. Al final de la pitanza, los langostinos han desaparecido. Sin embargo, cuando compartimos nuestro CD, sentamos a unos colegas en el salón, disfrutamos de la música y, al final de la tarde, los "langostinos" están listos para volver a empezar.
Esto es un problema. Imaginaros que, una vez comprados, tuviéramos langostinos para toda la vida; en cuanto nos apetezca, zas, pitanza, y al día siguiente frescos, como el primer día, listos para volver a comer. Sin duda esto arruinaría a los vendedores de langostinos. Afortunadamente, la industria de la música sobrevive porque cada nuevo "langostino" que saca al mercado sabe, si no mejor, sí distinto al "langostino" anterior, y así es que muchos siguen comprando música, aunque sólo sea por probar algo nuevo y diferente.
Existe un problema añadido, y es la posibilidad de copiar los CDs que compramos. Imagináos que no sólo pudiéramos compartir nuestros langostinos, sin que su cantidad o frescura se viera mermada, sino que pudiéramos reproducirlos y regalar una docena de langostinos a un colega, sin que ello afectase a los nuestros. El acabose. Esto es exactamente lo que ocurre con la música.
La SGAE cobra ya un canon por cada aparato grabador de CDs y por cada CD virgen, en previsión de que puedan ser usados para copiar material protegido por derechos de autor. Así, cada vez que copiamos música, estamos ya pagando por ello a la sociedad general de autores. De hecho, aunque copiemos nuestras propias fotografías o un archivo de texto que acabamos de escribir, pagamos también a la sociedad general de autores, pero este es otro tema.
En cualquier caso, las peculiares características del "producto musical" han motivado peculiares normas impositivas, para proteger los derechos de autor. Por ejemplo, cualquier reproducción musical que implique un beneficio económico para el que la reproduce, debe pagar un canon. Cuando una radio emite una canción, debe pagar un canon por hacerlo. Obviamente, cuando permitimos que un amigo escuche nuestra música, no es necesario pagar dicho canon, al menos por ahora. Pero, ¿qué ocurre si, en una peluquería, al dueño se le ocurre encender la radio? ¿O en un taxi? En este caso, tanto el peluquero como el taxista, deben pagar un canon. Es en serio; la SGAE impone un canon a cualquier establecimiento, sea bar o peluquería, que haga público material protegido por derechos de autor, como reproducir un CD, escuchar la radio o encender el televisor. Efectivamente, el bar de viejos de la esquina también debe pagar un canon a la SGAE si quiere que sus contertulios vean la tele; las cuñas publicitarias, entre otros, tienen música, y ésta está protegida por derechos de autor.
Creo que existe un celo excesivo, incluso irracional, en la pretendida defensa de los derechos de autor. Más aún cuando la SGAE, o cualquier intermediario impositivo, es incapaz de pagar, de forma eficaz, a los autores correspondientes. Por poner un ejemplo, nuestra peluquera de turno disfruta escuchando la música de Bikini, un grupo fantástico pero minoritario. El canon que ella paga a la SGAE jamás llegará a Bikini. Punto. Es imposible que la SGAE sea capaz de controlar qué escucha la peluquera. Su dinero acabará, muy probablemente, en el bolsillo de Bisbal, que encabeza las listas de éxitos, y que, por tanto, la SGAE calcula que es lo que debe escuchar nuestra peluquera.
El sistema impositivo sobre la música se ha vuelto paranoico. Y no es para menos. Una cosa es que un sujeto le pase la música que escucha a sus colegas (cinco, diez), que la copie y la regale. Esto es asumible; la industria calcula que cada colega en un grupo reducido comprará entre cinco o diez CDs al año, y que, intercambiándolos, escuchará treinta, cincuenta. Con el advenimiento de internet, un sujeto no tiene cinco o diez colegas con los que puede intercambiar música; tiene quinientos mil, un millón. La cantidad de música que un sujeto puede obtener así supera con creces la que podrá escuchar, en toda su vida. La venta de CDs, necesariamente, se reduce de forma drástica.
Copiar música, ahora mismo, no es ilegal. El intercambio masivo de información digital, musical o escrita, es un hecho. Si de pronto descubrimos un modo de duplicar langostinos, sería un desastre (o el paraíso; todo depende del punto de vista). Podremos intentar regular, limitar o ilegalizar la utilización de los "duplicadores de langostinos", pero resultará ineficaz; antes o después la industria del langostino deberá modificarse, si quiere sobrevivir.
Lo mismo ocurre con la industria musical. Tratar de limitar la posibilidad de copiar CDs no es la solución, igual que no lo es tratar de imponer un canon a cada sujeto que escucha música, cada vez que la escucha. La industria debe modificarse si quiere sobrevivir. El empaquetado de doce canciones por grupo, una vez al año o cada dos años, no se sostiene. El producto musical por el que uno paga debe modificarse. Y ya lo está haciendo; desde el pago por canción, a través de internet, hasta el revival de los macroconciertos y la música en vivo, o la vuelta de los vinilos y su regusto especial.
Es necesario que la SGAE reconsidere su postura impositiva y que centre sus esfuerzos en reconocer e identificar a los artistas a quienes debe pagar los cánones que cobra, y se convierta en mero intermediario. De otra forma, la SGAE está destinada a desaparecer, o a continuar siendo una especie de Nueva Inquisición, con hogueras e impuestos para los más y beneficios para unos pocos.
Chema Nieto
Imágenes:
CD y Monstruo, foto composiciones de Mario Ghecea
Portada de El Jueves, eljueves.es
Langostinos, de Página Web En Casa de Kristina