El presidente Obama acaba de confesar en El Cairo, de forma oficial, que Estados Unidos jugó su parte en el derrocamiento del presidente de Irán (Mossadegh), elegido democráticamente en los años 50, cuando éste pretendía nacionalizar el petróleo iraní. El Sha, un títere entonces, se avino a modernizar el país al ritmo indicado por Estados Unidos y el Reino Unido.
Irán vive sobre un gran charco de oro que occidente explota, para beneficio de unos cuantos gerifaltes, de aquí y de allí. Fue así durante los tiempos del Sha y la Guerra Fría, y es así hoy.
El lento desarrollo social y cultural de Irán entre los años 50 y 70 es equivalente al alcanzado en la España de Franco, estando ambos países sometidos a un férreo control basado en la seguridad y el orden. Sin embargo, en los años setenta y a pesar del expolio, Irán es una potencia económica mundial. Además, mientras que el Generalísimo sólo busca mantener el status quo, el Sha tiene ideas bastante más avanzadas, tanto así que parece querer liberarse del tutelaje occidental para convertirse en una potencia independiente de hecho.
Es entonces, a finales de los setenta, cuando se orquesta una masiva revuelta popular en contra del Sha, dirigida oficialmente por comunistas y musulmanes iraníes. El Sha opta por no enfrentar el ejército a la población lo que determina su exilio y el advenimiento del Líder Supremo Jomeini, por entonces un tipo de aspecto afable y ampliamente respetado, que residía en Francia. España por su parte encuentra el tutelaje necesario para la transición a una democracia en la figura del Rey. Irán no es tan afortunada. Jomeini, una vez en el poder, inicia una atroz campaña de limpieza contra todo detractor, especialmente comunistas, sus antiguos aliados, pero también contra musulmanes descontentos y contra detractores en general de cualquier signo o religión, que culmina con la estúpida y abominable guerra contra Irak, que dura casi diez años. Esta guerra sirve a Jomeini para asesinar en el frente a sus propios detractores y consolidar el régimen; sirve a Saddam Hussein, líder en Iraq, para afianzar su alianza con Estados Unidos, probando en el frente todas las armas químicas que le envían; sirve a los Estados Unidos como campo de juego, extendiendo su control indirecto sobre la zona mientras vende armas a ambos países; a Irak, su protegido, y a Irán, bajo manga (un escándalo que se destapó pronto, conocido como el Iran-Gate).
Nada pasó entonces y nada pasa ahora. Que las elecciones en Irán son un fraude, nadie lo duda. Sólo un puñado de candidatos puede presentarse a las elecciones, tras ser aceptados por el Líder Supremo (en la actualidad, el Líder Supremo es el ex-curita y ex-presidente iraní Jamenei). Además, esas mal llamadas elecciones están amañadas.
El charco de oro se ha vuelto demasiado tentador incluso para estos hombres “escogidos”. Mousavi, el supuesto “hombre bueno”, el reformador, el “perjudicado” por el fraude electoral (aunque todos los sondeos le mostraban al menos veinte puntos por debajo de Ahmadineyad), es un viejo conocido, primer ministro de Irán durante la guerra Irán-Iraq de los años ochenta, aunque relegado de la política tras la muerte de Jomeini, dada su animadversión para con Jamenei, nuevo Líder Supremo, y su pobre relación con Rafsanjani, presidente entonces.
Mousavi es hoy aliado de Rafsanjani en su lucha por el poder contra el actual presidente Ahmadineyad, protegido de Jamenei. Las consecuencias de esta lucha fratricida por el poder amenazan con tambalear la estabilidad del régimen y del propio Líder Supremo, que cometió el error de decantarse por Ahmadineyad antes y después de las elecciones.
No falta quien encuentra en las actuales revueltas populares iraníes la mano oscura de los servicios de inteligencia estadounidenses, orquestando a través de mensajes a móviles y mediante twitters anodinos toda una serie de informaciones contradictorias que puedan enardecer a la población, como está ocurriendo. El gobierno iraní culpa a los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses de haber provocado las muertes de manifestantes iraníes. En Irán hay quienes no tienen más remedio que creer este tipo de información.
La represión del régimen iraní contra los desorganizados movimientos de oposición está siendo brutal. Los anhelos de una población en su mayoría joven, desencantados con las imposiciones religiosas que limitan de manera exagerada y ridícula su convivencia (por ejemplo chicos y chicas no pueden darse la mano en público, un pañuelo debe cubrir el pelo de la mujer, la música occidental y el baile están prohibidos), son imaginados como parte del proyecto político de Mousavi, un proyecto por otro lado absolutamente contrario a tales cambios. En la joven Irán sin embargo, las palabras cambio y reforma resuenan con connotaciones y matices difíciles de explicar. “Sabíamos que con Mousavi”, decía una anciana cuyo hijo mayor fue asesinado en las recientes revueltas, “las cosas no iban a cambiar mucho. Pero un pequeño cambio era importante para nosotros”.
Tras encierros indiscriminados, torturas y asesinatos, diversos dirigentes del movimiento opositor, cercanos a Mousavi, han aparecido en la televisión iraní “confesando” sus errores; humillados públicamente, expuestos como muñecos, vestidos con pijamas azules de hospital que apenas disimulan su encierro en mazmorras iraníes, éstos dirigentes dicen ahora que no, que estaban equivocados cuando afirmaban hace unas semanas que había habido fraude en la elección de Ahmadineyad.
Decir lo contrario significa traición; la pena para el enemigo del pueblo es la muerte. Y los muertos no salen en televisión vestidos con pijama azul.
Chema Nieto
Lectura recomendada: 1984, de George Orwell (releer)