Los datos sugieren que las actuales lenguas romances supusieron en origen un sustrato lingüístico común, paneuropeo, previo e independiente del latín.
El Cartulario de Valpuesta, las Glosas Emilianenses y la Nodicia de Kesos del frater Semeno, del siglo X, son considerados los textos escritos en castellano más antiguos que se conocen.
El Cartulario es una recopilación de documentos relacionados con la propiedad; la Nodicia es una nota en la que aparecen relacionados los quesos que entregó un tal hermano Jimeno; las Glosas son anotaciones en los márgenes de un texto en latín, a modo de aclaraciones o traducción.
De las Glosas:
“Facanos Deus Omnipotes
tal serbitio fere
ke denante ela sua face
gaudioso segamus”
(Háganos Dios omnipotente
tal servicio hacer
que delante de su faz
gozosos seamos)
De la Nodicia:
“Nodicia de kesos que espisit frater Semeno:
In Labore de fratres, In ilo bacelare de cirka Sancte Iuste, kesos V;
In ilo alio de apate, II kesos; en que puseron ogano, kesos IIII;
In ilo de Kastrelo, I; In Ila uinia maIore, II”
(Relación de quesos que entregó el hermano Jimeno:
En el trabajo de los frailes, en el viñedo cerca de San Justo, 5 quesos;
En el otro del abad, 2 quesos; en el que pusieron este año, 4 quesos;
En el del Castillo, uno; En la viña mayor, 2)
El Castellano, como todas las lenguas romances (Portugués, Gallego, Francés, Catalán, Italiano, Astur, Rumano, etc.), proviene, se dice, del Latín. Oficialmente las lenguas romances suponen una vulgarización del Latín, o una deformación del Latín vulgar, que conservaría elementos del Latín culto.
En los textos mencionados se aprecia, sin embargo, una gramática castellana (no latina; uso de artículos, ausencia de declinaciones, sintaxis no latina), así como un vocabulario propios. Resulta también significativa la aparición, en todos ellos, de la consonante “k”, impropia del latín.
Por un lado, estos textos demuestran que, al menos en el siglo X, el latín no era la lengua materna de la población hispana; las Glosas demuestran, de hecho, que el latín era una lengua ajena, que debía estudiarse. Por otro lado, parece razonable pensar que la lengua común era precisamente esa otra en la que se realizaban anotaciones de orden práctico, relevantes pero no de orden religioso o filosófico. Además, la constante aparición de la consonante “k”, desconocida para el latín, sugiere que quienes escribieron las Glosas o la Nodicia, necesariamente habían aprendido a escribir y leer en su propia lengua.
Efectivamente, si las anotaciones castellanas en textos latinos fuesen únicamente una transcripción de voces populares, no tendría mucho sentido utilizar una consonante nueva, y mucho menos que esta consonante fuera una constante. Y sin embargo encontramos la “k” en innumerables textos tempranos, del siglo X, además de los ya mencionados:
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Tamayo -Oña (Burgos), Archivo Histórico Nacional: “kasas”, “merkato”
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Cillaperlata -Oña (Burgos), Archivo Histórico Nacional: “cum illa peskera de remolino”, “et illos medios kannares del vado de Garonna”
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San Felices del Río (León), Archivo Histórico Nacional: “et Villa de Zakarías que...”
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Archivo Episcopal de León: “per illa kabatura e per illo karbalio qui...”
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Confirmación de los Fueros de Brañosera (Palencia): “cognosco ista karta de meos avos”
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Otero de las Dueñas (León): “Nodizia de kanatu que...”, “Ic est: kanabes...”
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Villa Naptaulio (León) : “kasa de Negrella”, “kavallari”
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Orbañanos (Burgos): “terras, ortales, kasa in Aubarenes...”
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San Julián de Labasal - San Juan de la Peña (Huesca): “capud de Barrakari...”
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Ampudia (Palencia): “est sub kareira que vadi de Kastrelo a Fonte...”, “exito por akampo”, “facta karta”
Parece lícito pensar que, desde el siglo X al menos, aunque los textos oficiales y religiosos se continúan (y se continuarán) escribiendo en Latín, debía leerse y escribirse principalmente en Castellano. Eso sugiere la insistente aparición de la consonante “k”.
Mientras que el latín pervive en sus funciones de lengua común europea culta hasta bien entrado el siglo XVIII, además de como lengua de comunicación religiosa (hasta los años setenta del siglo XX las misas en España seguían celebrándose en latín), el uso vulgar del lenguaje, tanto hablado como escrito, tenía lugar en Castellano, por lo menos, y necesariamente, desde antes del siglo X.
Las lenguas cambian, evolucionan y se desarrollan, pero no aparecen espontáneamente. Necesariamente, el Castellano debe ser anterior a esos primeros escritos. ¿Pero cómo -y cuándo- surge entonces el Castellano?
Sorprendentemente, todas las lenguas romances comparten una gramática similar y un vocabulario propio y común, no derivado del latín (un ejemplo paradigmático: en castellano, italiano y portugúes se dice “guerra”; en francés “guerre”,; en latín, en cambio, “bellum”, voz culta de donde derivará "bélico" al incorporarlo al castellano), y que no guarda ninguna relación con la lengua latina; el uso de artículos, la ausencia del género neutro, la ausencia de declinaciones (salvo, incipientes, en la lengua Rumana), o la sintaxis (la ordenación de los elementos de una frase: sujeto-objeto-verbo en latín, sujeto-verbo-objeto en todas las lenguas romances).
Unas diferencias con el latín que han llevado a algunos investigadores a sugerir un origen distinto de las lenguas romances. Hay quien llega a afirmar que el latín jamás fue una lengua hablada por ningún pueblo. Yves Cortez afirma que el “itálico”, y no el latín, es la lengua que acopañó al Imperio Romano, y que se impuso finalmente, difundiéndose y desarrollándose en lo que hoy llamamos lenguas romances. Otras teorías afirman que debía existir un sustrato común, paneuropeo, previo al latín, que sería la madre de las actuales lenguas romances, y que se vería fuertemente influenciado por la lengua latina, considerada durante siglos como la lengua culta (y eclesiástica).
Lo cierto es que parece más razonable pensar en esta última posibilidad; una lengua romance latinizada, antes que en una lengua romance derivada o degenerada del latín. Y no sólo por cuestiones lingüísticas, sino también sociales. Resulta cuando menos extraño que, incluso en zonas pobremente romanizadas, la lengua propia haya desaparecido completamente, sin dejar vestigios. El Castellano, invasor en América, logra imponerse a costa de fuerza, misioneros, siglos y escuelas, pero no consigue hacer desaparecer las lenguas propias, que perviven aún hoy en día. Se pretende sin embargo que en la cornisa cantábrica, vencidos los astures en el 19 a.C., y en apenas trescientos años de pobre romanización, se consiga hacer desaparecer por completo cualquier vestigio de lengua propia. Algunos bromean con la erudición manifiesta de unos montañeses capaces de aprender el latín, sin escuelas ni educación, en los albores de la era cristiana. Otros niegan simplemente que una lengua foránea pudiera imponerse de forma tan completa.
A juzgar por los hechos, cabe la posibilidad de que las lenguas romances no tengan su origen en el latín (y ni siquiera en el “itálico”) del Imperio Romano.
animus aequus optimum est aerumnae condimentum (una voluntad ecuánime es el mejor condimento del desastre)
Chema Nieto
N. de A. * Aunque los datos presentados son fidedignos, debe hacerse notar que el autor del presente texto no es, en absoluto, un experto en la materia, motivo por el cual se recomienda cautela antes de tomar excesivamente en serio sus conclusiones.
Algunas Referencias Web:
El Ortiba, Cafetín Virtual (Yves Cortez)
El Castellano no viene del Latín (blog)