A la niña mona le molestaba que la llamasen niña mona y por eso discutía con todo el mundo. Llegaba a tal extremo su manía que cuando alguien le daba la razón cambiaba de opinión, pensando que así demostraba tener personalidad y no ser sólo una niña mona.
Al convertirse en representante sindical pensó que muchos valorarían por fin su manía de discutir pero pronto descubrió que negociar era un proceso lento y que los escasos éxitos resultaban poco vistosos; nadie parecía quererla más ahora que antes. Así fue que decidió aprovecharse de sus derechos sindicales para vivir mejor y trabajar menos y seguir a lo suyo, que era lo que siempre había hecho.
Como le gustaba discutir decidió demostrar que lo que hacía era en realidad luchar por los derechos de sus compañeros. Inventó entonces un motivo y lo llamó La Cadencia. Aunque La Cadencia, tal y como ella la definía, era tema fantástico y baladí, la niña mona afirmaba que era un Derecho Fundamental y que por ello era que libraba los fines de semana obligando a sus compañeros a suplirla; quería coaccionar a La Dirección (que es mala por definición) a respetar La Cadencia.
Cuando sus compañeros, puteados por otros mil motivos, la instaban a ejercer sus derechos sindicales sin putearles aún más la niña mona replicaba que la lucha sindical conlleva sacrificios y que debían asumir (ellos) tales sacrificios y no venirle a protestar, que ya bastante se sacrificaba ella.
La niña mona era buena discutiendo. Consiguió torear a su propio sindicato cuando la llamó para pedirle explicaciones. Sus compañeros, mientras tanto, se encontraban en una situación grotesca; para conseguir que la niña mona no les putease debían ir a La Dirección a solicitar esa cosa fantástica llamada La Cadencia. Esto sí que era rizar el rizo en el trabajo sindical. Claro que a tales alturas todo el mundo había olvidado ya que la niña mona había decidido aprovecharse de sus derechos sindicales para vivir mejor y trabajar menos y seguir a lo suyo, que era lo que siempre había hecho.
La niña mona, aunque pueda parecer perversa a ojos ingenuos, es una Heroína de nuestro tiempo. Vivir mejor, trabajar lo justito, eludir responsabilidades, incluso robarle a hacienda, tener un cochazo y evitar las multas son cualidades del superhéroe urbano que todos queremos ser. La Niña Mona, así, con mayúsculas, es sin duda una auténtica Heroína Urbana. Supongo que resulta inevitable que también sea una auténtica... FIN
chema nieto
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