Democracia
La Fartona de Medeiros

Una Salita en la Braña

en Casualidades y Misterios

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Mi bisabuelo recorría hace cien años los pueblos de Asturias tratando esguinces y fracturas, recomponiendo huesos. Murmuraba mientras trabajaba, como si estuviera leyendo lo que palpaban sus dedos, y tentaba y tentaba hasta que un giro brusco y zas, un chasquido y ya estaba hecho. Una vez en su sitio, tablilla, un emplasto, quizá unas hierbas y hasta la próxima, que sea tarde. Su oficio era simple. Lo aprendió de su padre. Y los dos eran buenos.

 

Por aquel entonces el gran físico austriaco Erwin Schrödinger había ideado un extraño experimento para el cual necesitaba un recipiente con veneno, un espejo, un electrón y un gato negro; ni Borges imaginó una fábula con tanto ingenio. Aunque el experimento nunca se llevó a cabo, el físico aseguró que, de llegar a hacerse, el gato estaría vivo y muerto al mismo tiempo.

Como les ocurre a ciertos artistas, aquel gato terminó haciéndose más famoso que su creador. Cuando mi bisabuelo se enteró de sus desventuras -de las del gato- sufrió un desmayo ante lo inquietante de un universo tan lábil. Una vez recuperado meditó largo y tendido sobre las implicaciones de aquel experimento; el minino parecía condenado a una existencia múltiple hasta que alguien con consciencia lo descubriese, obligándole así a decidirse por una sola de ellas.

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Mi bisabuelo se encontraba en una situación peculiar que casi suponía una existencia múltiple, como la de aquel gato. Su oficio era al mismo tiempo clínico y mágico. Aceptaba a regañadientes que lo considerasen brujo o curandero cuando él mismo se veía como un simple profesional, consciente de la distancia que le separaba de médicos y de brujos.

Reconocía, sin embargo, que aquel halo de misterio que rodeaba su práctica y su saber redundaba en beneficio para sus pacientes, que seguían la más nimia de sus indicaciones con recogida veneración. Y además, por algún motivo que no llegaba a comprender, era consciente del efecto saludable que de por sí confería aquel halo, más allá de su propia técnica.

Relacionaba este vínculo entre misterio y salud con la capacidad humana de emocionarse y pensaba que debía haber algo en la emoción capaz de ayudar al cuerpo a decidirse. Tal vez, meditaba recordando al gato de Schrödinger, salud y enfermedad convivan en el hombre hasta que este toma una decisión modulada por su emoción; la fascinación y el asombro como facilitantes de la salud.

Una insólita casualidad permitió que el joven Schrödinger y mi bisabuelo coincidieran una vez en la salita de espera de Don Julián, el de la Braña, un conocido brujo que tenía fama de curar las piedras, los pujos, la culebrilla, el asma y hasta la impotencia (aunque mejor no especular sobre los motivos que llevaron a uno u otro a aquella consulta).

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En aquella salita, el profesor de física y mi pariente hablaron del gato, claro, y también de los huesos, de la emoción, de la salud y del orden, el austriaco marcando las erres y mi antepasado musitando en berrendo, pero se entendieron. Creo que incluso cruzaron después alguna carta, que por desgracia no conservo.

 

(...)

Pasado el tiempo mi bisabuelo se retiró, o casi, aunque no tuvo suerte con los hijos; ninguno quiso saber del oficio y se hicieron cura, soldado y ganadero. Schrödinger siguió trabajando como físico, aunque sus especulaciones terminaron por acercarse sorprendentemente a la biología... y a la magia. De aquel Don Julián que les sirvió de encuentro me enteré más tarde que acabó delante de un juez por un doctor de Oviedo que lo acusó de intrusismo profesional. Me lo contó Pepe Vera, narrador inagotable, mientras nos tomábamos el segundo o el tercer "té con limón" en lo de Rosina, un día que bajábamos de la Azorea.

Me dijo que Don Julián, el brujo de la Braña, entró en la gran sala de los juzgados con su barbita cana y su caminar pausado. Cuando le llegó el turno, se acercó al magistrado y le dijo con voz queda, Su Señoría, no será necesario, yo, lo confieso, no soy brujo... sino médico. Me licencié hace años en Salamanca, aquí tiene el título, pero se lo ruego, no querría que esto se hiciese público. Usted me entiende, mis pacientes...

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