Markinos y Anaguti, creo que para celebrar los tres meses del Guille, aunque cualquiera imagina las pulsiones que dora la progenitura, acaban de hacer una selección con las "Ciento y Pico Mejores Fotos del Peque". Si, si... las ciento y pico mejores.
Uno que es melancólico se acuerda de la foto del abuelo, vestido de militar y con cara de guaje; la foto manida de tanto visitarla, en el papel o en la memoria. Pero qué carajo, el exceso es cosa de los tiempos, o de la furunculosis anímica que decía Girondo, aunque el poeta era políglota, que ya es exageración, y tartamudo confeso, por parte de padre, creo, aquel vasco que en Buenos Aires le puso Oliverio por nombre a su hijo, por lo de la paloma y Noé y la hoja de olivo, simbolizando el fin de sus desdichas, de las del padre, claro; supercherías de viejo que quería olvidar su caserón perdido y los zumbidos de la otra guerra y condenó a su retoño a portar el pacifismo en el carné de identidad, para toda la vida, y así fue que luego vinieron las erupciones y la hipocondría y la literatura surrealista, o cómico-surrealista, o pateticómica, o girondina a secas, del niño-símbolo que resultó escritor y antropófago y sublimador esporádico pero tenaz, y argentino para más inri, y tranviero, y travesero también.
La irresponsabilidad de los criadores es hija de la impredecibilidad, inevitable, sin duda, que es la madre de toda inocencia, y es así, cándidos nosotros, que encontramos en Oliverio la razón y la excusa para sumarnos al rimero de Markinos y Anaguti con esta pose, soberbia, de su Guille: con esta serán las “Ciento y Pico Más Una Mejores Fotos del Peque”.
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