En la mina de Wielicka (ver 'Trastiando...' más arriba) encontramos unos establos bajo tierra. Hace sólo dos años que están vacíos.
Al salir de la mina Eli escribió este cuento.
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"Jacob"
Jacob es un caballo triste. ¡pincha aquí!
Nació hace doce años; unas manos fuertes, toscas, tiraban de sus cuartos delanteros mientras su madre empujaba. Lo sacaron al mundo sin miramientos. Tardó un buen rato en ponerse en pie; estaba débil y aturdido.
Una lengua áspera le limpiaba la sangre mientras él se tambaleaba, tratando de ver.
Por fin, la silueta de su madre se hizo nítida. Era una yegua torda, trabada, de un pardo sucio y con una estrella blanca en la frente, como él. Encontró las ubres y mamó, llenándose de vida.
Poco a poco empezó a conocer cómo era el mundo; su madre le enseñaba.
- La tierra es arena, gravilla y barro; el sol es amarillo y tenue y aparece a cada trecho; el cielo es roca y sal. Y alrededor hay más sal, madera y hombres. Los hombres son los dueños del mundo; tú obedeces y ellos te dan comida y agua. Algunos son buenos y otros no lo son.
Jacob pensó que el mundo era sencillo y que parecía fácil sobrevivir en él.
Hasta los dos años de edad no empezó a trabajar; por fin iba a salir de la cuadra. Estaba emocionado y nervioso. Dos hombres lo amarraron a una carretilla junto a su madre y comenzaron a caminar. Había pasillos interminables que se abrían a cada paso, como un laberinto. Pero los hombres parecían no perderse jamás.
Ese día, al volver, estaba cansado y hambriento como nunca. Acababan de dejarlo comiendo, cuando aquel hombre se acercó. Pensó que había que volver a tirar de aquella carretilla llena de rocas, pero el hombre comenzó a cepillarle el pelo y las crines, a quitarle todo el polvo que la mina había dejado en él. El placer era inmenso. Luego lo acarició un buen rato y le dio una manzana. ¡Una manzana! Él nunca las había probado. El sabor le inundaba la boca y el jugo le corría por el cuello ancho. Al quedarse solo, Jacob pensó que el mundo era genial, y que ojalá al día siguiente pudiese comer otra manzana. Luego se durmió, tranquilo, contemplando los destellos de la sal en el cielo de roca.
Pasaron los años. Su madre murió, pero había estado muy enferma y nuestro amigo pensó que ella iría ahora a un mundo lleno de manzanas. En ese tiempo descubrió -como su madre decía- que algunos hombres no eran buenos, y que daban golpes en vez de frutas, pero eran los menos, y en general Jacob era feliz. Había un minero, uno de ojos grandes, como de caballo, que le quería especialmente. Siempre le daba azúcar y le rascaba detrás de las orejas.
Un día a Jacob lo llevaron por un corredor que no conocía. Había algo extraño, porque no le habían puesto las cinchas, ni veía ninguna carretilla. Cuando intentaron meterlo en una caja de metal, se puso nervioso y empezó a cocear. El hombre de los ojos grandes lo tranquilizó y entró él primero para convencerlo. Jacob le quería y le siguió, pero sentía que algo no iba bien.
De pronto la caja comenzó a moverse. El estómago se le encogió, se mareó. Cuando al fin se detuvo, una luz horrible le cegó los ojos. Lo pasaron a otra caja mayor, con ruedas, y cuando pudo ver vislumbró a su amigo alejándose muy deprisa.
Tuvieron que sacarlo de allí a la fuerza. No sabía donde estaba pero aquel no era su mundo. Había un suelo verde muy extraño que se aplastaba bajo sus cascos. El cielo era de un azul rabioso y cegador. Lo llevaron a un cercado y lo dejaron allí.
Pasaron tres días sin que nadie le diera comida. Estaba exhausto. Al cuarto día dos hombres se acercaron. Uno con un extraño sombrero de paja le hablaba al otro diciéndole que no comprendía por qué no comía, y señalaba al suelo verde.
- ¿Pero están locos? -pensaba el pobre Jacob- ¿Qué quieren que coma?
A partir de aquel día, y como si le hubieran comprendido, empezaron a traerle grano. Pero nunca más probó una manzana.
El hombre del sombrero no le pega, pero tampoco le rasca tras las orejas. Se limita a mirarlo extrañado cuando el pobre Jacob intenta huir de las gallinas; unos demonios de alas rojas y garras amarillas que se empeñan en perseguirle; erizando la cresta de sus cabezas malévolas le roban el grano y le quitan el sueño.
Por la noche, la terrible luz se apaga, y los demonios se duermen sentados sobre un palo.
Entonces el caballo mira al cielo e intenta imaginar que las estrellas son la sal que brilla en su mina.
Elisa Robles,
Cracovia, Diciembre 2004.
Nota de Prensa: Diario Dziennik Polski, Cracovia, febrero de 2002:
< Tras las numerosas protestas de la Sociedad Protectora de Animales, la directiva de la Compañía Minera de Sal en Wielicka (Kopalnia Sóla Wielicka) decide liberar a su último caballo.
"Jacob, de doce años, es el último de una estirpe de animales criados en las propias minas para llevar a cabo trabajos impropios" afirma Grabiez Marchewka, representante en Polonia de la SPA-Internacional.
"Estos animales crecían y morían a ciento treinta metros de profundidad, con la única compañía de mineros y cuidadores" -continúa Marchewka. "Con su liberación se consigue completar la sustitución de estos animales por maquinaria pesada en las minas de nuestro país. Nos alegra profundamente que Jacob, el último de todos ellos, pueda al fin disfrutar de la luz del sol" >